Los niños necesitan que sus figuras de apego estén presentes para avanzar en su desarrollo, sentir tranquilidad y seguridad.

En un proceso de duelo los niños no suelen manifestar tristeza o apatía, sino que muestran cambios de humor, bajo rendimiento académico, problemas para dormir o de alimentación, somatización del dolor (cefaleas, dolor abdominal), así como una regresión de las conductas, miedos, ansiedad y reacciones de ira.

El proceso de duelo en los niños puede dividirse en tres etapas:

  • Protesta, el niño extraña a la persona fallecida, quiere y espera que vuelva y llora desconsoladamente.
  • Desesperanza, el niño va perdiendo la fe en que esta persona regrese, el lloro es intermitente y puede haber un período de apatía.
  • Ruptura de vínculo, empieza a desvincularse emocionalmente de la persona fallecida y empieza a prestar más atención a su alrededor.

 

 

TOMAR EN CUENTA

Entre el quinto y el noveno año, el niño comprende que los organismos muertos no solo permanecen inmóviles sino que también desaparecen. Fantasías y realidad se siguen confundiendo en la mente del niño, de modo que no es sorprendente que relacione la muerte con el sueño o con un ser sobrenatural.